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Lázaro Castillo, Jr.

Tuesday, September 11, 2012

HIPÓTESIS CÍCLICA DE LA HISTORIA

Análisis de diferentes concepciones y modelos (lineal, cíclico y esférico) de la historia, para comprender el sentido y la funcionalidad de las mismas, en el tiempo presente.

Ciclos y extremos repetitivos de la historia 
En el devenir europeo hay dos grandes concepciones de la historia que no han cesado de correr paralelas o enfrentarse, aunque bajo múltiples formas: la historia "lineal" y la historia "cíclica". La concepción lineal de la historia aparece en el espacio-tiempo europeo con el judeocristianismo. En ella, el devenir histórico se plantea como una línea que une un estado antehistórico (paraíso terrenal, jardín del Eden) a otro posthistórico (instauración del reino de Dios en la tierra). La estructura de este esquema ha sido descrita muchas veces.

 Hubo un tiempo en que el hombre vivía en cierta armonía con su Creador. Pero un día cometió una falta (el pecado original hereditario), y a raíz de ello fue expulsado del paraíso y entró en la historia, en este "valle de lágrimas", donde está obligado a "ganarse el pan con el sudor de su frente”. Sin embargo, gracias a esa Buena Nueva que es la venida del Mesías (Jesús en el sistema Cristiano) a la tierra, ahora puede elegir el "buen camino" y conseguir su salvación (individual) para la eternidad. Al fin de los tiempos, tras el Armagedón, los buenos serán definitivamente separados de los malos.

El estado posthistórico restituirá el estado ante histórico, y éste será el fin de la historia, la historia volverá a cerrarse, será reabsorbida, como un paréntesis. Desde un punto de vista estructural, este esquema, trasladado a la tierra mediante la sustitución del más allá por el más acá, reaparece tal cual en la teoría marxista. Hubo un tiempo en que el hombre vivía feliz en el comunismo original. Pero un día cometió una falta, la división del trabajo, que trajo consigo la propiedad privada, la apropiación de los medios de producción, la dominación del hombre por el hombre, la aparición de las clases. De esta manera el hombre entró en la historia, una historia caracterizada por el conflicto, las relaciones de autoridad, etcétera, y cuyo motor esencial es la "lucha de clases". Sin embargo en cierto momento del devenir histórico, la clase más explotada toma consciencia de su condición y a partir de entonces se erige en Mesías colectivo de la humanidad.

Desde entonces el hombre puede elegir el "buen camino" y contribuir a la más rápida culminación de la lucha emprendida. Al fin de los tiempos, tras la "lucha final", los buenos serán definitivamente separados de los malos. La sociedad sin clases nos hará volver -con la abundancia como propina- a los felices tiempos del comunismo original. Las instituciones perecerán y el Estado resultará ya inútil. Será el fin de la historia. 

Ciertos filósofos neo-marxistas, en especial los miembros de la Escuela de Frankfort y también en cierta medida el último Freud (Malestar en la civilización), han aportado un importante correctivo a esta teoría de la historia. En el nuevo enfoque, los comienzos de la historia son concebidos de manera muy semejante pero se abre paso una duda cada vez mayor en cuanto a las posibilidades de su culminación. Se parte del principio de que el mal está destinado a reproducirse siempre, que nunca habrá modo de escapar a las relaciones de autoridad y denominación. Pero no por ello se concluye que ese "mal" que forma la trama de toda realidad social no es quizá tan malo como se había dicho. Por el contrario se afirma que en tales condiciones la única posibilidad que el hombre tiene para no "añadir más mal" es continuar refiriéndose a la idea de un fin de la historia, incluso y sobre todo si sabe que este no llegará jamás. Tal espera mesiánica es considerada como operante y fecunda en sí misma. La actitud que lógicamente se desprende de semejante modo de ver las cosas es un hipercriticismo por principio: se trata de oponer un perpetuo «no" a los peligros que todo «sí" encierra. Una actitud muy semejante volvemos a encontrar en los «neomonoteístas" del tipo de Bernard-Heri Lévy (La Barbarie à visage humain, Le Testament de Dieu).

 Mientras que la teoría marxista «ortodoxa" reproduce bajo una forma laica la teoría cristiana de la historia, de la teoría neo-marxista o freudo-marxista puede decirse que refleja más estrictamente la del judaísmo clásico. Para el judaísmo, el pecado original no presenta el carácter "mecánico" que tiene en la doctrina cristiana (las Escrituras no exigen penitencia por una herencia cargada de pecado no hay creencias capaces por sí mismas de procurar la salvación). Por otra parte el Mesías no ha venido aún (Jesús es un impostor según los judíos). En último extremo, se duda incluso de que venga; pero su espera es por sí sola operante y fecunda. (Este Mesías que no viene nunca -escribe Robert Aron- pero cuya sola espera aunque eternamente defraudada, es eficaz y necesaria."; Le Judaïsme, bucher-chastel, 1977).

 Vamos a situarnos en la perspectiva trazada por esta concepción de la historia, pero introduciendo en ella, al modo de Nietzsche, un importante correctivo. En efecto, si se la observa atentamente, la concepción cíclica tradicional sigue siendo en cierto modo lineal. La imagen a que hace referencia es la de una línea dispuesta en círculo. Cierto que los “extremos" de esa línea tocan (y por ello tienden a desaparecer, pero en el interior del círculo los acontecimientos siguen desarrollándose con arreglo a un orden inmutable.

 Al igual que las estaciones se suceden siempre en el mismo orden, también los ciclos se desarrollan con arreglo a un esquema inexorable. Así, para los modernos mantenedores de la teoría tradiciona1 de los ciclos (Julius Evola, René Guénon), nuestra época corresponde al fin de uno de ellos (haliyuga indio, «edad del lobo" de la mitología nórdica). Esto hace que nuestra libertad se encuentre limitada frente a una dinámica inconmovible, con todos los riesgos que en la práctica se desprenden lógicamente de semejante: análisis: desmovilización o política de lo peor.

 En un célebre pasaje de Así hablaba Zaratustra, Nietzsche sustituye esta concepción cíclica de la historia por otra resueltamente esférica, subsiste el "círculo", pero la “lineal" desaparece-, equivalente a una afirmación radical de la falta de sentido de la historia y a una ruptura tanto con la necesidad inherente a la concepción lineal como con la implícita en toda especulación mecánica sobre las "épocas de la humanidad" (de Hesiodo a Guénon). Es fácil darse cuenta de en qué se parecen y en qué se diferencian el círculo y la esfera: ésta posee una dimensión más, puede en todo momento girar en todos los sentidos. De modo semejante, en la concepción general de la que es imagen, la historia puede en todo momento desarrollarse en cualquier dirección siempre que una voluntad suficientemente fuerte le imprima el movimiento y habida cuenta, por sentido sólo tiene el que le dan quienes la hacen. Sólo mueve al hombre en tanto en cuanto es antes movida por él.

 Las consecuencias para la libertad del hombre resultan evidentes, y sobre ellas volveremos. Además, pasado, presente y futuro no son ya puntos distintos de una línea dotada de una sola dimensión, sino, por el contrario, perspectivas que coinciden en toda actualidad. Hagamos notar que el pasado no es nunca percibido como tal sino en cuanto está inscrito en el presente: cuando tenían lugar, eran presentes). Otro tanto ocurre con el futuro. De este modo, toda actualidad es no un punto, sino una encrucijada: cada instante presente actualiza la totalidad del pasado y potencializa la totalidad del futuro. Hay una tridimensionalidad del tiempo histórico, y con ella caduca la cuestión de saber si es o no posible hacer “revivir el pasado" concebido como pasado está vivo en todo presente, es una de las perspectivas que permiten al hombre elaborar proyectos y forjarse un destino.

 El eterno retorno es una concepción filosófica del tiempo postulada en forma escrita, por primera vez en occidente, por el estoicismo y que planteaba una repetición del mundo en donde éste se extinguía para volver a crearse. Bajo esta concepción, el mundo era vuelto a su origen por medio de la conflagración, donde todo ardía en fuego. Una vez quemado, se reconstruía para que los mismos actos ocurrieran una vez más en él.

 En el "eterno retorno" como en una visión lineal del tiempo, los acontecimientos siguen reglas de causalidad. Hay un principio del tiempo y un fin, que vuelve a generar a su vez un principio. Sin embargo, a diferencia de la visión cíclica del tiempo, no se trata de ciclos ni de nuevas combinaciones en otras posibilidades, sino que los mismos acontecimientos se vuelven a repetir en el mismo orden, tal cual ocurrieron, sin ninguna posibilidad de variación. En su obra La gaya ciencia Nietzsche plantea que no sólo son los acontecimientos los que se repiten, sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, vez tras vez, en una repetición infinita e incansable.